Una equivocación producida por una discalculia momentánea, comprensible teniendo en cuenta los nervios al recibir una llamada en la que te informan de una habitación de hospital para visitar, conduciendo y apuntando el número en el dorso de la mano.
Una vez visitada la inexacta habitación, con la errónea cama vacía y percibido un corto comentario sobre el desafortunado paciente del equivocado médico, consigues, no sin gran esfuerzo pronunciar los apellidos de la persona que vas a visitar, y te confirman el baile de números.
La imagen de alguien a quien quieres, entubado y que ha adelgazado más kilos de los que nunca hubieras podido sospechar que se podrían perder en horas; y que si no se hubiera vivido el anterior incidente numérico habría derrumbado al más firme, se convirtió en la más alegre y esperanzadora visión que jamás podría haber esperado vivir nadie en una situación como aquella.
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